Capitulo 4º: Para acabar con la amistad.

Acabar de una vez por todas con el sueño de la amistad ( o a qué llamamos desexualizar).

Simone Weil



Aprende a rechazar la amistad, o más bien, el sueño de la amistad. Desear la amistad es una gran falta. La amistad debe ser una alegría gratuita como las que da el arte, o la vida. Es necesario renunciar a ella para ser digno de recibirla. Pertenece al orden de la gracia ("Dios mío, aléjate de mí...") Está en todas las cosas que nos son dadas por añadidura.

Todo sueño de amistad merece quebrarse.
No es por azar que tú no hayas sido amada jamás.... Desear escapar a la soledad es cobardía. La amistad no se busca, no se sueña, no se desea: se ejercita (es una virtud). Abolir todo margen de sentimiento impuro y de turbación.

O más bien (pues no hay que podar en sí con demasiado rigor) todo lo que en la amistad no pasa de intercambios afectivos debe pasar a la reflexión. Es totalmente inútil abandonar la virtud inspiradora de la amistad. Lo que debe prohibirse severamente es soñar con el goce de los sentimientos. Es corrupción. De igual modo que no se sueña con la música o la pintura. La amistad no se deja separar de la realidad, no es más que lo bello. Constituye un milagro... como lo bello. Y el milagro consiste simplemente en el hecho de que existe. A los veinticinco años, es tiempo de terminar radicalmente con la adolescencia...


Con estas citas inauguramos un nuevo capítulo, hasta ahora hemos presentado dos autores: Djuna Barnes (la noche: el doble)  y Joë Bousquet (la herida: la línea abstracta:la Diferencia), ahora presentamos a Simone Weil que nos va a permitir pensar la cuestión de la desexualización (presentada anteriormente por Sacher-Masoch: el masoquismo).



Recordemos la expresión de Deleuze: el precursor oscuro no es un amigo. Veamos cómo lo narra Deleuze:









En efecto, lo intensivo, la diferencia en la intensidad, es simultáneamente el objeto del encuentro y el objeto al cual el encuentro eleva la sensibilidad. Lo que se ha encontrado no son los dioses; aunque estén escondidos, los dioses no son sino formas para el reconocimiento. Lo que se ha encontrado son los demonios, potencias del salto, del intervalo, de lo intensivo o del instante, que no colman la diferencia sino con lo diferente, son los portasignos... Es imposible hablar de una filia que sea el testimonio de un deseo, de un amor, de una buena naturaleza o de una buena voluntad, por las cuales las facultades ya poseerían, o tenderían hacia el objeto al cual la violencia las eleva, y presentarian una analogía con él o una homología entre ellas. Cada facultad, incluido el pensamiento, no pasa por otra aventura que la de lo involuntario; el uso voluntario permanece hundido en lo empírico. Incluso el punto de partida, la sensibilidad en el encuentro con lo que fuerza a sentir, no supone ninguna afinidad ni predestinación. Por el contrario, lo fortuito o la contingencia del encuentro, garantiza la necesidad de lo que fuerza a pensar. No es una amistad, como la de lo semejante con lo Mismo, o como la que también une los opuestos, la que ya liga la sensibilidad con el sentiendum. Basta con el sombrío precursor que hace comunicar lo diferente como tal, y lo hace comunicar con la diferencia: el sombrío precursor no es un amigo.

...el sombrío precursor no es un amigo.
Los demonios y la infamia.

Nos interesamos por la vida de los hombres infames (Foucault)




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